En 1928 fue publicado en la ciudad de Totora un
libro con "Notas sobre su pasado", escrito por el
ilustre totoreño Andrés Novillo Villarroel. La obra
fue reeditada en junio de 1998, al mes del terremoto,
por iniciativa del Centro "Eugen von Boeck"; y allí
leemos lo siguiente:
"Aumenta la alegría de los vecinos, el gran número
de pianos con que cuenta la población. Este
particular hace que Totora ocupe el primer lugar
entre las provincias de la República, en cuanto a
cantidad de estos instrumentos y puede situarse aún
encima de varias capitales de Departamento".
Es decir que hace 78 años Totora todavía fue el
paraíso del piano. "El fervor por este instrumento
en nuestro pueblo nace de la naturaleza cosmopolita
propia del totoreño, que siempre ha querido estar a
la vanguardia de los avances tecnológicos y
culturales en el mundo. Así como tuvimos los
primeros pianos de moda en el siglo 19, tuvimos
también las primeras imprentas y fuimos cuna del
periodismo boliviano" dice la profesora Rosa Elena
Novillo, nieta del citado cronista.
"A propósito" -escribió Andrés Novillo- "indicaremos
que el primer piano llevó a Totora, en 1878, el
comerciante don Manuel Céspedes y fue adquirido por
don Fernando Pérez; luego hizo venir otro don
Domingo Meleán. Sin duda alguna el piano de
fabricación más antigua que hay en Totora es el que
perteneció a la familia Sánchez, hoy en poder de la
familia Villarroel. Tiene apenas las dimensiones de
un pequeño mueble cómoda y cuenta con seis octavas".
Eran aquellos pianos fabricados en Alemania por la
casa Neumann de Hamburgo, la misma que tenía una
representación para Sudamérica en Buenos Aires a
través de la compañía Schutz Marck. "La casa
comercial que se especializó en importarlos para
Totora era la de un árabe de apellido Nacif, a quien
le decían "el Turco" y tenía su tienda en el
domicilio de don José Aragón, donde además de pianos
se podía comprar perfumes franceses, alfombras
persas y telas inglesas" informa por su parte don
Oscar Pino Caero, benemérito telegrafista que
publicó recientemente un libro de semblanzas
totoreñas.
El transporte de los pianos hacia esa tierra en
cuyos yungas aún florecía la coca originaria de los
incas, era una titánica proeza empresarial.
"Inclusive cuando el ferrocarril ya había llegado de
Oruro a Cochabamba en 1917, los pianos eran
transportados de la capital hacia Totora a lomo de
unas mulas llamadas pianeras, que se diferenciaban
de las ágiles mulas cocaleras por ser mucho más
robustas pero algo lentas", refiere el doctor Mario
Morató Villarroel, otro totoreño de pura cepa, en
cuyo domicilio recibimos toda esta información en
vísperas del Tercer Festival de Piano que se
celebrará en Totora al terminar septiembre.
Todos a la
fiesta del piano
Más de 50 intérpretes, alumnos y maestros de
prestigiosas academias musicales, se anotaron para
intervenir en el III Festival que lleva el nombre
del profesor Hernán Rivera Unzueta. Figuran
representantes del Instituto Laredo, de la Escuela
J. Sebastián Bach, de los talleres de Nadia Laptich
y de Ana María Lavayén, del Conservatorio Milán, del
Instituto Franklin Anaya de Quillacollo, así como de
conservatorios de Tupiza, Santa Cruz, Sucre y La
Paz.
No dejarán de asistir maestros de la talla de Emilio
Aliss, Julio Rodríguez Berrios y Delfín Sejas, entre
otros.
Sin duda alguna el piano de fabricación más antigua
que hay en Totora es el que perteneció a la familia
Sánchez, hoy en poder de la familia Villarroel.
Tiene apenas las dimensiones de un pequeño mueble
cómoda y cuenta con seis octavas".